Martín Vitaliti y la estética de la omisión
Tania Pardo
Texto incluído en el catálogo de la exposición En el fondo, nada ha cambiado... Museo ABC
«Las obras de arte son como las personas. Hay algunas con las que no te apetece estar una vez que las conoces. Otras parecen interesantes, pero estás demasiado ocupada y no quieres crearte más compromisos. […] De vez en cuando te enamoras locamente y te embarcas en una aventura apasionada. […] La obra que más me gusta siempre es la que no entiendo, la que se me queda grabada pero que, por lo demás, se me escapa. […] Siempre tengo la sensación de que los márgenes tienen más que decir que todo el cuerpo de la página».
Marcia Tucker, 40 años en el arte neoyorquino
Podríamos imaginar la obra de Martín Vitaliti no colgada de las paredes de un museo, ni de una galería, sino encerrada toda ella en un libro como formato de exposición, como si se tratara de aquella mítica exhibición realizada por el comisario Seth Siegelaub en The Xerox’s Book de 1968, cuando propuso una muestra en formato libro y reconstruyó una historia donde las imágenes se aislaban de su contexto, entendiendo los propios márgenes del libro, realizado en fotocopias, como yuxtaposiciones de narraciones independientes. O podemos también imaginar uno de sus collages infiltrados junto a las veintidós fotografías de Rober Barry, Carl Andre, Douglas Huebler y Lawrence Weiner reproducidas en offset que sirvieron al comisario neoyorquino para presentar otra muestra un año después.
La obra de Martín Vitaliti está emparentada con algunas de las estrategias del arte conceptual y, en concreto, con esa necesidad de repensar el vacío, la ausencia, la anulación y la desaparición. De hecho, en buena parte de sus piezas, en las que compone con un gesto mínimo una nueva historia, hay un intento por construir nuevas narraciones. Borrar para narrar. Narrar para borrar.
Vitaliti, en muchas de sus propuestas, sustrae a los personajes y los aísla, aún más si cabe, del lugar para el que fueron creados: la viñeta, como en el caso de Bambi, donde el pequeño animal aparece completamente solo, abandonado («por toda respuesta, el silencio infinito del bosque») creando la ilusión de un doble plano dentro de la viñeta, al hacer que uno de sus elementos proyecte una sombra sobre la misma. Juega y deconstruye a partir del lenguaje del cómic con todas, o casi todas, las posibilidades que le otorga ese medio.
En su obra se ponen de relieve algunos de los recursos gráficos del lenguaje de la historieta, y se desplaza la importancia del significado en beneficio de esa nueva información transferida a otro plano. En concreto, esto sucede en la pieza en la que aparece el Capitán Haddock visualizando un barco pirata. Mediante la construcción de un trampantojo, ofrece al espectador la posibilidad de observar a través de un agujero calado, como si se tratase de un catalejo, algunos de los detalles que se perderían en la edición original —el despliegue del barco redimensionado, el cielo y el mar en toda la superficie— de modo que el artista nos sugiere, literalmente, una nueva forma de observar a través de la desaparición de códigos de narración secuenciales en beneficio del concepto.
Es cierto que el cómic consiste en la narración de una historia a través de una sucesión de ilustraciones que se completa, en algunos casos, con un texto escrito. Un lenguaje narrativo de comunicación directa, donde la simbología de la imagen aporta códigos que han de ser descifrados por quien lo lee. En el caso de este artista argentino, las narraciones se vuelven plausibles de ser entendidas como vacíos narrativos; en algunas de ellas han sido anuladas y borradas las expresiones previas para devolvernos otras mediante una amalgama de relaciones. En realidad, Vitaliti nos habla de los procesos relacionados con el apropiacionismo, entendido este como el empleo de otros elementos para el desarrollo de nuevas reconstrucciones; los límites de estas obras podrían incluso considerarse determinantes como fragmentos de las anteriores, reconvertidas en nuevos símbolos.
Estas narraciones surgen incompletas, exentas, leídas como experiencias únicas, que parten de un contexto de narración y que son devueltas usando el collage, el dibujo o la instalación, ya no interpretadas como narraciones consecutivas, sino como piezas aisladas. «Lo que busco señalar —explica el artista— es aquello que se encuentra en el cómic y fuera de él. Si bien es un trabajo que parte de un análisis del medio, la idea es llevar a cabo una redimensión de los elementos que están en juego y que sean extensibles a la “vida real”, en cuanto a su simbología y significado».
A diferencia de otros artistas, Martín Vitaliti retoma no solo el lenguaje del cómic en sí mismo, sino el material con el que se hace: el papel, la tinta y la impresión, la historieta gráfica en su versión primigenia. Cortar y pegar, apropiándose de esas imágenes para realizar excelentes collages que modifican, alteran y descontextualizan los significados de la narración. No se trata de reinterpretar el cómic, sino de hacer uso de algunos de estos elementos como material de su práctica artística.
Tramas de historias a las que dota de un significado múltiple, como en el collage donde presenta diferentes viñetas extraídas de un cómic original de Superman. Una gran montaña de papeles apilados, dejados caer desordenadamente y, en medio de ese caos, resurge el héroe soportando sobre sus hombros el peso de esa gran masa de dibujos: «[…] olvida el dolor, piensa en lo que es importante. Puedo mover esto. Poco a poco si es necesario. Pero puedo levantarlo».
Porque estos personajes —Flash, Superman, Bambi o Tintín— tienen algo de nostálgico, de retorno a un lugar que existe en el recuerdo y en la imaginación colectiva e individual, materializado en un formato económico, de fácil acceso y distribución asimilado como medio de comunicación de masas. Y que tiene mucho que ver con la reproducción simbólica y la comunicación de los fanzines y las fotocopias, como el Tripping Corpse de Raymond Pettibon o, por poner un ejemplo más próximo, el Soy Sauce de Francesc Ruiz o algunos trabajos de cartelistas callejeros. Una reflexión sobre el formato del libro como objeto, la simbología de las hojas, el uso del papel o la impresión de la imagen.
Una de las piezas centrales de esta exposición es el gran collage sobre pared dedicado a Tintín, realizado a partir de originales de toda la colección del famoso reportero. El énfasis se pone en el encadenamiento de tropiezos y golpes entre los personajes; el motor de la acción es el choque entre las páginas contra las figuras representadas, siendo a su vez estas hojas el contenedor de las ilustraciones donde están insertos los protagonistas. Detalles de las aventuras de Tintín trasladados a un museo, como si el mismo Hergé lo hubiera intuido en Tintín y el arte alfa, una obra póstuma e inacabada que elige como marco el mundo del arte: conspiraciones para crear museos, piezas en galerías, expertos y falsificadores de arte serían los argumentos en los que se ven envueltos los personajes. El visionario Hergé ideó una trama compleja sobre el arte contemporáneo que, en realidad, guarda ciertos paralelismos con el panorama artístico actual.
De nuevo en esta ocasión, Martín Vitaliti utiliza el marco como lugar en el que se concentra parte de la acción: algunos personajes chocan al intentar huir del lugar para el que fueron creados, evidenciando dos de los conceptos fundamentales en el cómic: el uso del tiempo y el espacio, generando así situaciones paradójicas, contradictorias, de imposible contenido narrativo. De hecho en esta obra, además, vacía los marcos que contienen las viñetas en unas composiciones que parecen deliberadamente descolocadas. Una estrategia que repiensa la omisión (lo que falta) y que sigue el sistema que desarrolló Ryan Gander al hacer uso de las calcamonías de los símbolos onomatopéyicos que representaban el asombro de Tintín al observar una escultura y que el artista inglés plasmó en una de sus intervenciones.
Martín Vitaliti reformula una prolongación imaginaria al repensar los marcos vacíos. Reflexiona sobre el cuadrado blanco. Recompone, al fin y al cabo, la viñeta como un lugar de acotación y espacio omitido. Las delicadas obras de Martín Vitaliti son el resultado de un proceso de formalización conceptual y de una cuidada estética minimal que conforman un recorrido expositivo de gestos mínimos y vacíos narrativos.
Tania Pardo
Texto incluído en el catálogo de la exposición En el fondo, nada ha cambiado... Museo ABC
«Las obras de arte son como las personas. Hay algunas con las que no te apetece estar una vez que las conoces. Otras parecen interesantes, pero estás demasiado ocupada y no quieres crearte más compromisos. […] De vez en cuando te enamoras locamente y te embarcas en una aventura apasionada. […] La obra que más me gusta siempre es la que no entiendo, la que se me queda grabada pero que, por lo demás, se me escapa. […] Siempre tengo la sensación de que los márgenes tienen más que decir que todo el cuerpo de la página».
Marcia Tucker, 40 años en el arte neoyorquino
Podríamos imaginar la obra de Martín Vitaliti no colgada de las paredes de un museo, ni de una galería, sino encerrada toda ella en un libro como formato de exposición, como si se tratara de aquella mítica exhibición realizada por el comisario Seth Siegelaub en The Xerox’s Book de 1968, cuando propuso una muestra en formato libro y reconstruyó una historia donde las imágenes se aislaban de su contexto, entendiendo los propios márgenes del libro, realizado en fotocopias, como yuxtaposiciones de narraciones independientes. O podemos también imaginar uno de sus collages infiltrados junto a las veintidós fotografías de Rober Barry, Carl Andre, Douglas Huebler y Lawrence Weiner reproducidas en offset que sirvieron al comisario neoyorquino para presentar otra muestra un año después.
La obra de Martín Vitaliti está emparentada con algunas de las estrategias del arte conceptual y, en concreto, con esa necesidad de repensar el vacío, la ausencia, la anulación y la desaparición. De hecho, en buena parte de sus piezas, en las que compone con un gesto mínimo una nueva historia, hay un intento por construir nuevas narraciones. Borrar para narrar. Narrar para borrar.
Vitaliti, en muchas de sus propuestas, sustrae a los personajes y los aísla, aún más si cabe, del lugar para el que fueron creados: la viñeta, como en el caso de Bambi, donde el pequeño animal aparece completamente solo, abandonado («por toda respuesta, el silencio infinito del bosque») creando la ilusión de un doble plano dentro de la viñeta, al hacer que uno de sus elementos proyecte una sombra sobre la misma. Juega y deconstruye a partir del lenguaje del cómic con todas, o casi todas, las posibilidades que le otorga ese medio.
En su obra se ponen de relieve algunos de los recursos gráficos del lenguaje de la historieta, y se desplaza la importancia del significado en beneficio de esa nueva información transferida a otro plano. En concreto, esto sucede en la pieza en la que aparece el Capitán Haddock visualizando un barco pirata. Mediante la construcción de un trampantojo, ofrece al espectador la posibilidad de observar a través de un agujero calado, como si se tratase de un catalejo, algunos de los detalles que se perderían en la edición original —el despliegue del barco redimensionado, el cielo y el mar en toda la superficie— de modo que el artista nos sugiere, literalmente, una nueva forma de observar a través de la desaparición de códigos de narración secuenciales en beneficio del concepto.
Es cierto que el cómic consiste en la narración de una historia a través de una sucesión de ilustraciones que se completa, en algunos casos, con un texto escrito. Un lenguaje narrativo de comunicación directa, donde la simbología de la imagen aporta códigos que han de ser descifrados por quien lo lee. En el caso de este artista argentino, las narraciones se vuelven plausibles de ser entendidas como vacíos narrativos; en algunas de ellas han sido anuladas y borradas las expresiones previas para devolvernos otras mediante una amalgama de relaciones. En realidad, Vitaliti nos habla de los procesos relacionados con el apropiacionismo, entendido este como el empleo de otros elementos para el desarrollo de nuevas reconstrucciones; los límites de estas obras podrían incluso considerarse determinantes como fragmentos de las anteriores, reconvertidas en nuevos símbolos.
Estas narraciones surgen incompletas, exentas, leídas como experiencias únicas, que parten de un contexto de narración y que son devueltas usando el collage, el dibujo o la instalación, ya no interpretadas como narraciones consecutivas, sino como piezas aisladas. «Lo que busco señalar —explica el artista— es aquello que se encuentra en el cómic y fuera de él. Si bien es un trabajo que parte de un análisis del medio, la idea es llevar a cabo una redimensión de los elementos que están en juego y que sean extensibles a la “vida real”, en cuanto a su simbología y significado».
A diferencia de otros artistas, Martín Vitaliti retoma no solo el lenguaje del cómic en sí mismo, sino el material con el que se hace: el papel, la tinta y la impresión, la historieta gráfica en su versión primigenia. Cortar y pegar, apropiándose de esas imágenes para realizar excelentes collages que modifican, alteran y descontextualizan los significados de la narración. No se trata de reinterpretar el cómic, sino de hacer uso de algunos de estos elementos como material de su práctica artística.
Tramas de historias a las que dota de un significado múltiple, como en el collage donde presenta diferentes viñetas extraídas de un cómic original de Superman. Una gran montaña de papeles apilados, dejados caer desordenadamente y, en medio de ese caos, resurge el héroe soportando sobre sus hombros el peso de esa gran masa de dibujos: «[…] olvida el dolor, piensa en lo que es importante. Puedo mover esto. Poco a poco si es necesario. Pero puedo levantarlo».
Porque estos personajes —Flash, Superman, Bambi o Tintín— tienen algo de nostálgico, de retorno a un lugar que existe en el recuerdo y en la imaginación colectiva e individual, materializado en un formato económico, de fácil acceso y distribución asimilado como medio de comunicación de masas. Y que tiene mucho que ver con la reproducción simbólica y la comunicación de los fanzines y las fotocopias, como el Tripping Corpse de Raymond Pettibon o, por poner un ejemplo más próximo, el Soy Sauce de Francesc Ruiz o algunos trabajos de cartelistas callejeros. Una reflexión sobre el formato del libro como objeto, la simbología de las hojas, el uso del papel o la impresión de la imagen.
Una de las piezas centrales de esta exposición es el gran collage sobre pared dedicado a Tintín, realizado a partir de originales de toda la colección del famoso reportero. El énfasis se pone en el encadenamiento de tropiezos y golpes entre los personajes; el motor de la acción es el choque entre las páginas contra las figuras representadas, siendo a su vez estas hojas el contenedor de las ilustraciones donde están insertos los protagonistas. Detalles de las aventuras de Tintín trasladados a un museo, como si el mismo Hergé lo hubiera intuido en Tintín y el arte alfa, una obra póstuma e inacabada que elige como marco el mundo del arte: conspiraciones para crear museos, piezas en galerías, expertos y falsificadores de arte serían los argumentos en los que se ven envueltos los personajes. El visionario Hergé ideó una trama compleja sobre el arte contemporáneo que, en realidad, guarda ciertos paralelismos con el panorama artístico actual.
De nuevo en esta ocasión, Martín Vitaliti utiliza el marco como lugar en el que se concentra parte de la acción: algunos personajes chocan al intentar huir del lugar para el que fueron creados, evidenciando dos de los conceptos fundamentales en el cómic: el uso del tiempo y el espacio, generando así situaciones paradójicas, contradictorias, de imposible contenido narrativo. De hecho en esta obra, además, vacía los marcos que contienen las viñetas en unas composiciones que parecen deliberadamente descolocadas. Una estrategia que repiensa la omisión (lo que falta) y que sigue el sistema que desarrolló Ryan Gander al hacer uso de las calcamonías de los símbolos onomatopéyicos que representaban el asombro de Tintín al observar una escultura y que el artista inglés plasmó en una de sus intervenciones.
Martín Vitaliti reformula una prolongación imaginaria al repensar los marcos vacíos. Reflexiona sobre el cuadrado blanco. Recompone, al fin y al cabo, la viñeta como un lugar de acotación y espacio omitido. Las delicadas obras de Martín Vitaliti son el resultado de un proceso de formalización conceptual y de una cuidada estética minimal que conforman un recorrido expositivo de gestos mínimos y vacíos narrativos.