Sergio Prego El rostro ajeno
La película El rostro ajeno de Hiroshi Teshigahara, basada en la novela homónima de Kōbō Abe, retrata a un hombre desfigurado en un accidente laboral. Vive tras las vendas que ocultan su cara de la sociedad e incluso de su esposa. Alberga frustración y despecho al sentirse marginado socialmente, en las actividades cotidianas más sencillas, y afectivamente, en la repulsión que se destila del comportamiento distanciado de su esposa. En esta condición, su psiquiatra le propone reconstruir su rostro por medio de una delgada máscara prostética que, gracias a una avanzada tecnología, simula de manera verosímil las sutiles formas y texturas del rostro humano. Para ello realizan un molde del semblante de un extraño de manera que, al colocarse la máscara, el personaje queda despojado de rasgos identificativos propios. Comienza entonces a percibir el mundo a través de la lente de la alienación que se desprende de la ausencia de identidad. En el trascurso de la conducta errática que en adelante caracteriza al personaje, se intercalan conversaciones con el psiquiatra en las que se pone de relieve una preocupación por la conducta amoral, e incluso criminal, que puede derivarse de la extrema libertad que ofrece la ausencia de responsabilidad. En estas conversaciones se entrelazan expresiones de alienación y emancipación ligadas a la posibilidad de la libertad absoluta adquirida gracias a la desvinculación con una identidad.
En los sofisticados interiores en los que discurre la película se repiten elementos decorativos de cerámica, vasijas y figuras, que parecen corresponderse con la antigüedad japonesa vinculada a la tradición Shinto. En concreto, aparecen figuras de terracota Haniwa de uso ritual y funerario del periodo Kofun, del siglo III al VI. Estas se caracterizan por estar modeladas del mismo modo que vasijas o recipientes, acumulando tiras de arcilla colocadas en círculo alrededor de la cavidad interior. De esta manera, se minimiza la masa y el grosor de la arcilla, como se procura habitualmente en las técnicas de cerámica, con el objeto de evitar que las tensiones de dilatación y retracción de la cocción ocasionen fracturas o grietas. Las cavidades oculares y la boca ofrecen oscuras aperturas al hueco interior de las figuras con estructura básica de receptáculo. Si bien estos orificios revelan una configuración análoga a la de una vasija o cántaro, por otra parte arruinan su función esencial de contenedor de fluidos.
En los sofisticados interiores en los que discurre la película se repiten elementos decorativos de cerámica, vasijas y figuras, que parecen corresponderse con la antigüedad japonesa vinculada a la tradición Shinto. En concreto, aparecen figuras de terracota Haniwa de uso ritual y funerario del periodo Kofun, del siglo III al VI. Estas se caracterizan por estar modeladas del mismo modo que vasijas o recipientes, acumulando tiras de arcilla colocadas en círculo alrededor de la cavidad interior. De esta manera, se minimiza la masa y el grosor de la arcilla, como se procura habitualmente en las técnicas de cerámica, con el objeto de evitar que las tensiones de dilatación y retracción de la cocción ocasionen fracturas o grietas. Las cavidades oculares y la boca ofrecen oscuras aperturas al hueco interior de las figuras con estructura básica de receptáculo. Si bien estos orificios revelan una configuración análoga a la de una vasija o cántaro, por otra parte arruinan su función esencial de contenedor de fluidos.