Mi trabajo parte de una constatación: vivimos en el mundo de Alanis Morissette. Nos sobran las cucharas cuando lo que necesitamos es un cuchillo. Mis proyectos van precisamente de conseguir esos cuchillos. Como sea. Los busco, los construyo o finjo que los estoy viendo. A veces incluso aprieto muy fuerte con la cuchara hasta que por presión, acabe cortando. Y así poder llamarla cuchillo.
Trazo planes, monto estrategias e investigo para entender el mundo y salvarlo. Y claro, fracaso. Y el fracaso está siempre en mis planes. Se trata precisamente de cagarla e intentar algo sabiendo que no lo voy a conseguir. No por el placer de equivocarme sino por la urgencia de que lo imposible sea cierto. Un optimismo sin fundamentos. Algo que va de contradicciones que conviven tranquilamente tomándose un café con leche y pasta. La mala ostia charlando con la inocencia, el drama sentadito junto al humor, la
realidad y la ficción en ese gran momento de mirarse al espejo y descubrir que son la misma persona.
Todo bastante utópico, un poquito chalado pero casi todo el rato en serio.